En el año 850 albergó un cenobio benedicto, construído al lado de una iglesia erigida en honor a San Andrés y del que hoy no quedan restos, pero llego a tener un gran peso en la Limia, ya que dependía del monasterio de Celanova. Éste se valió de pequeños cenobios para impulsar la agricultura y la repoblación a través de ellos y ejercer su poderio sobre los campesinos.
El monasterio contaba con un número reducido de monjes, entre ocho y diez que obedecián la Regla de San Benito, por lo que tenián la obligación de llevar una vida basada en el trabajo y en la oración. Al parecer,sólo el abad cumplía esta regla, así que otros monjes decidieron matarlo por miedo a que éste confesase la desobediencia a los demás. Este hecho marcó el abandono del cenobio,ya que después nadie quería vivir en él por miedo a que se repitiese esta misma historia.
La aldea de San Miguel agrupa un pequeño número de casas, muchas de ellas deshabitadas por el éxodo del campo a la ciudad. Aquí llegaron a vivir quince familias. Hoy continúa siendo un ejemplo de la arquitectura popular tradicional gallega que fue construyendo anexos a las casas según sus nececesidades.
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